Hay un largo camino desde Caracas hasta Bocono. Después de La Peñita, el objetivo era llegar a San Rafael de Onoto y pasar la noche allí. Sólo 233 km más para llegar a Boconó. Una llamada a Ligia y supimos que seguía en Caracas, al igual que Francisco, Juan, Marcelino, Roney y Víctor. La ceremonia de entrega de premios se había prolongado más de lo previsto. No podía abandonar la capital hasta recoger su premio. Con la misma hospitalidad que nos había brindado cuando la conocimos, Ligia nos aseguró que su equipo estaba en la finca y que estarían encantados de recibirnos cuando llegáramos. Regresaría pronto, era cuestión de uno o dos días para que pudiera volver a casa. Tuvimos mucha suerte de contar con una mujer tan generosa. Al final de la llamada, estábamos serenos. Nos esperaban en Boconó. Quedaba un largo camino por recorrer. Acarigua. Ospino. Guanare. Biscucuy. Biscucuy podía ser una escala interesante. Nuestro viaje fue dictado por las circunstancias impuestas por encuentros, oportunidades y sobre todo por nuestra curiosidad, nuestros deseos. Juan había entrado en contacto con Rubén. Un productor que lleva mucho tiempo cultivando café en Biscucuy. Habíamos leído sobre su trabajo y su implicación en un proyecto de gran envergadura. El proyecto Grano de Oro. Nos interesaba conocerlo. Tendríamos un interlocutor privilegiado para conocer la producción local de café. Biscucuy es una ciudad del estado Portuguesa, en la frontera con los estados Lara y Trujillo. Aquí se produce mucho café, y tanto el suelo como el clima son muy propicios. Rubén tiene una cafetería en el terminal de autobuses de Biscucuy, donde nos reunimos. Un café en buena compañía antes de retomar la carretera. En ese momento no sabíamos todavía que pasaríamos la noche allí.

capítulo 17 - parte I

La cafetería era una isla en un terminal repleto de pasajeros que buscaban su autobús, gente que esperaba la llegada de sus seres queridos, conductores que gritaban los destinos de los autobuses de salida. Rubén y su socio Antonio ya nos estaban esperando. Nos sirven un café, cultivado, tostado y servido por ellos mismos. En el 2003, un investigador del CIRAD, con el apoyo de la embajada de Francia, decidió analizar la producción de café a la escala de Biscucuy. El objetivo era resolver los problemas existentes en la cadena de valor y mejorar la calidad del café, que tenía un buen potencial sensorial. Tras un diagnóstico de las prácticas agrícolas locales, los siguientes pasos eran crear la indicación geográfica Grano de Oro Biscucuy, poner en marcha un laboratorio de análisis sensorial y crear varios puntos de venta de café cuyos propietarios fueran los mismos productores. Esta iniciativa dio lugar a estudios exhaustivos sobre la realidad de los productores. En promedio, un productor posee 2,7 hectáreas de tierra cultivable, con lo cual resulta muy cuesta arriba poder vivir de los ingresos que genera. El proyecto también dio lugar a la creación de este laboratorio de control de calidad del café. Hoy, debido a conflictos de intereses y a la inestabilidad política, este laboratorio ya no existe. Con Rubén y Antonio hablábamos de otra época. Fue un tiempo de esperanza en sus vidas dedicadas al café, cuando investigadores y expertos se interesaron por el café producido en Biscucuy y trabajaron para poner en marcha prácticas que mejoraran la calidad del café y el nivel de vida de los productores. También fue una de las primeras ocasiones en las que se habló sobre comercio justo, agroecología y sostenibilidad. Estas historias, su experiencia, nos despertaron rápidamente las ganas de visitar las fincas. Estábamos rodeados de tierras fértiles y productores que acababan de terminar su última cosecha. Rubén se llevó el teléfono a la oreja, una llamada. Luis Alberto Durán no estaba lejos y pudimos conocerlo casi al instante. En cuanto lo conocimos, estábamos listos para encaramarnos en su Toyota y escalar las montañas de Biscucuy.

Nos dejamos llevar por los acontecimientos, habíamos venido a visitar fincas, mejor aún si se presentaban oportunidades como ésta. En ese momento sospechábamos que íbamos a pasar la noche en Biscucuy. Una llamada al hotel, que disponía de un estacionamiento, y listo estábamos resueltos. Luis Alberto Durán es un productor procedente de una familia de caficultores. Heredó la finca familiar hace doce años. Recientemente, se ha interesado en producir un café diferente, de mejor calidad. Participó en el concurso organizado por el EICEV, y si bien no obtuvo ningún premio, sí logró un resultado contundente en la evaluación de su café: 84 puntos. Especialidad. Y pronto nos daremos cuenta de que su café también es virtuoso. En su Toyota, Juan y yo nos aferramos a la parte de atrás. El camino es de tierra y la subida muy empinada. Esta vez era realmente cuesta arriba. La vista era magnífica. Todavía recuerdo el paisaje. Podíamos ver todo el valle y la montaña de enfrente. Todo estaba cubierto de árboles, vegetación exótica, bananos en abundancia y palmeras que superaban la altura de los árboles circundantes. Cuanto más subíamos, más denso se hacía el bosque y se multiplicaban los cafetos. Viejos cafetos, altos, sin duda canéforas, pero también otros más pequeños, muy jóvenes. Estábamos en compañía de su amigo de infancia Esteban. Hace poco que se reconvirtió al cultivo del café. Cambió su carro por cuatro hectáreas de tierra hace tres años y está aprendiendo de Luis Alberto. Sabe que quiere cultivar café, pero aún no sabe cuáles serán sus prácticas agrícolas. Es consciente de que esta elección será crucial para determinar su oferta. Le gustan las prácticas virtuosas del café de especialidad, estar consciente de su enfoque y ser legítimo en términos de conocimiento. Teme no rentabilizar sus costos de producción. Estábamos encantados de encontrarnos con él en este punto. Queríamos darle un rayo de esperanza en su proyecto de hacer un café virtuoso. 

Más tarde ese mismo día - 20 de julio de 2023

El Toyota se para en medio de la carretera. Ya estábamos en el límite de la tierra de Luis Alberto. A 1150m de altitud. 

Los cafetos de Luis Alberto crecen bajo sombra de estos árboles. Desde hace doce años cultiva variedades como catuaí, festival (variedad nativa de Boconó), castillo y colombia. En los últimos años, los veranos se han vuelto más calurosos e intensos. Concede gran importancia a la sombra en sus dos hectáreas. Quiere plantar más árboles. En la parte baja de su terreno, planta bananos, que proporcionan una sombra secundaria y también le permiten obtener ingresos extra con la venta de cambures. Ha atravesado episodios trágicos. La roya causó estragos entre el 2012 y el 2014. De cada adversidad saca más aprendizajes. El café es el alma de Biscucuy. Estamos en plena selva cafetera. El microclima te arrastra hasta el punto de olvidarte del mundo exterior. Pero el afán de Luis Alberto nos hace regresar al Toyota. Tomamos el camino directo a la granja. El granero donde tiene su estación de lavado. Una cocina de leña. Un ático donde seca el café. Una hamaca colgante con vista al cafetal. Gallinas. Cambures del jardín. Nos sentíamos a gusto. Nos preparamos un café. Queríamos un café criollo. Preparado como suelen hacerlo. Él guarda su café ya molido y lo prepara con la manga guayoyera. El agua empieza a calentarse en la cocina a leña. El café se hace esperar. Este café dio pie a una animada discusión sobre el lugar que ocupa el café especial entre los productores venezolanos. Su relevancia en la actual situación económica del país, su futuro y, sobre todo, su aceptación. El café de especialidad es todavía poco conocido en realidad. Creo que el concepto ya está presente, es conocido por los productores. Pero aún no está muy difundido entre ellos. No lo beben. De hecho, a veces ni siquiera lo han probado. Decidimos servir uno. Aún llevábamos nuestros bolsos de viaje, o al menos en el Toyota. Sacamos un café que teníamos, un etíope lavado de Esperanza Café, y lo preparamos en V60.

Candileros, cedros, bucare, cambúr, plátano, topocho, manzanito.

Era algo inédito para Esteban. Verlo probar ese café, apreciar ese café, fue una experiencia encantadora para nosotros. Era completamente diferente de lo que estaba acostumbrado a beber. Era una variedad diferente, un terroir de otras latitudes y un tueste mucho más ligero del que estaba acostumbrado. Era algo completamente diferente para él, todo menos café. Y, sin embargo, le gustó. A Luis Alberto le preocupaba saber qué iba a hacer con ese café que le habían devuelto. Tenía un café muy valioso en sus hombros y no muchos clientes a primera vista. Era un café que habría potencialmente producido a pérdida. Si no podía venderlo a un precio más alto que el resto de su café convencional, se lo tomaría con su familia como consuelo. Más tarde sabremos que lo habrá vendido a un reputado tostador de Caracas. Pero estabamos tocando un tema delicado. Detrás de los desafíos que son prioritarios aquí en Europa, en nuestros países consumidores de café virtuoso y de alta calidad gustativa, hay desafíos sociales que están tan lejos de nuestra realidad. Estábamos en el granero de Luis Alberto, en Biscucuy, hablando de un tema que ocupa su mente todos los días. Costos, rentabilidad, demanda local. Era casi el final del día y teníamos que volver abajo.

Cerca de la casa de Luis Alberto, un grupo de vecinos cambiaba los bombillos de las postes de luz. En Biscucuy, el funcionamiento de los servicios públicos depende en su mayoría de la buena voluntad de sus ciudadanos. Luis Alberto se lo agradece con pequeños cafetos de su vivero. Cada uno tiene su parcelita de tierra y cultiva su propio café. Es casi como una moneda local. Caía la noche, pero nuestro día con Esteban y Luis aún no había terminado. Querían que conociéramos a Leopoldo Montilla, un colega y profesional del café. Sólo tuvimos que ir a la puerta de su casa, nos presentan y nos vamos a Troja café. Dirigido por Leopoldo y su hermano, se trata de un local dedicado al café de Biscucuy. Cualquier amante del café de especialidad que pase por Biscucuy debe visitar este lugar. Es una zona de almacenamiento, una estación de clasificación de café verde, un sitio para degustar café y, sobre todo, un lugar para que los caficultores y los profesionales del café compartan sus experiencias. Aquí, Leopoldo recoge los mejores cafés producidos en Biscucuy y los clasifica, a veces los tuesta para las cafeterías locales, encargándose de guardarlos en su espacio. En la barra, me propone preparar el café que obtuvo el primer puesto en la primera edición del EICEV. Es un café muy aromático y profundo, con sabor a cacao y con carácter. Lo preparo en V60, probando una receta que me pareció adecuada para este perfil. Tiene todo lo necesario. Café, molino, balanza. Y, sobre todo, personas con las que comparto la misma pasión por el café y que me aportan una enorme cantidad de conocimientos. Cada persona con la que compartí este café me nutrió de experiencia y conocimientos. Justo en ese momento, llegó otro productor, informado de este encuentro espontáneo. Chiche. Su nombre es José Luis Carmona. Pero se hace llamar Chiche. Tiene una finca, La finca San Antonio, ocho hectáreas sombreadas en Biscucuy. Produce café para grandes torrefactoras nacionales. Es un enfoque diferente de la producción, pero todos juntos, el café nos une. Conversamos un buen rato y luego decidimos ir al bar de la plaza del pueblo. Cayó un palo de agua, pero teníamos ganas de pasar la noche con nuestros nuevos amigos. Bebimos cervezas y compartimos, escuchamos y comprendemos. Chiche ama la tierra, ama su pueblo y su país. Pero muchas cosas no van bien. Es un anticonformista que no teme señalar los aspectos un poco defectuosos de su sector. Chiche no tiene pelos en la lengua. El bar ya estaba cerrando. Llueve tanto que no hay adónde ir. El bar nos refugia amablemente a pesar de lo tarde que es, con la posibilidad de seguir bebiendo. Chiche tenía muchas ganas de enseñarnos su finca mañana y quedamos en vernos directamente allá arriba. Por suerte Esteban se ofreció a llevarnos. El escarabajo no podía subir hasta allá arriba!

Mañana teníamos, una vez más, un gran día por delante.

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