capítulo 18
Desde que salimos de Caracas, tengo en mente llegar a Boconó y volver a ver los paisajes que aún habitan en mi mente. Más de diez años después de unas vacaciones en Boconó, las emociones surgen al pensar en visitar de nuevo esta región. Para mí, Boconó es la ciudad, pero también las montañas que la rodean y que dan la belleza a los paisajes que me marcaron. Dejamos Biscucuy, la Hacienda Los Luices, para tomar la carretera hacia Boconó.
En el camino, sabíamos que Ligia no estaría en la finca. Por teléfono, nos había avisado que se quedaría en Caracas hasta que pudiera recoger su premio, su recompensa por la cosecha de café de este año. De todos los momentos de nuestro viaje, el que más he contado es este. Su hospitalidad fue tan espontánea y natural que me hizo pensar que era una lástima que me sorprendiera tanto. Tomamos la carretera para encontrarnos con las personas que trabajan incansablemente con ella en su finca. Estas personas nos iban a recibir y a presentarnos el proyecto de Ligia y su esposo Guy Montet en la finca Maripier. Es una finca fundada en 1981 por esta pareja que lleva 52 años juntos. Él francés y ella, orgullosa descendiente de caciques. Ricardo y Nicho nos esperaban en el pueblo para subir juntos a las alturas de la finca. La cita era delante de la estación de gasolina, frente a la tienda. Conocemos a los dos hombres que ya nos esperan en su camioneta. Hablamos muy rápido de sus métodos de explotación agrícola. Ambos llevan mucho tiempo trabajando la tierra y conocen bien el enfoque de Ligia y Guy.
Los seguimos hasta que el escarabajo no pudo subir más. Nos subimos a su camioneta. Tardamos poco en llegar a la finca. Hay una hermosa casa, nos presentan el lugar, nos muestran nuestra habitación. Luego comemos juntos. Nos preparan una pila enorme de arepas. Estas arepas tienen la particularidad de ser anchas y muy delgadas. Apiladas unas sobre otras, se veían idénticas, como salidas del mismo molde. Son arepas tiernas que acompañan muy bien los huevos revueltos que nos sirven. El camino había sido un poco largo. Sobre todo, movido por las curvas, características de las carreteras de montaña. El paisaje era impresionante. No fue tan fácil admitir que ya habíamos llegado. Al mismo tiempo, el destino se había hecho merecer. La espera nos había recompensado. Comemos juntos. Hablamos mucho. Se hace tarde y la fatiga se empieza a sentir después de un rato. Ricardo, Yoani, Nicho se despiden para ir a sus casas. Y nos quedamos solos con esta finca, esta casa, que teníamos solo para nosotros. Contemplamos el silencio acompañado de los sonidos de la naturaleza circundante. Y también de la oscuridad. Agradecemos a Ligia por su confianza y generosidad. Luego nos vamos a la cama. Mañana por la mañana veríamos la finca a la luz del día.
Tempranito, Yoani ya había llegado y nos prepara el desayuno con un buen café. No uno cualquiera. Nos lo prepara bien cargado aunque ella lo prefiere más ligero, menos infusionado. Nos dice que está acostumbrada a preparárselo a Guy, a quien le gusta bien cargado. Para ella es demasiado amargo, y sin azúcar es imposible de beber. Terminado el desayuno, nos ponemos enseguida las botas para dar una vuelta por la finca en compañía de Ricardo. Él ya lleva puestas las botas y el sombrero.
Lo primero que nos presenta es el lombricompost. Es un bancal largo de varios metros que contiene el lombricompost y, bajo una trampilla, recoge el lombricompost líquido; un fertilizante líquido que se extrae de la materia orgánica en descomposición. Ricardo está muy orgulloso de ello. Desde el funcionamiento hasta el mantenimiento y el sistema de riego, Ricardo es un experto en la materia. Nos encontrábamos en la única finca que había obtenido la certificación orgánica en Venezuela. La primera y la única. Recorriendo la finca, encontrábamos el lombricompost al pie de los árboles con ramas que servían de barrera para que la preciosa tierra no se deslizara por la pendiente. Las doce hectáreas de la finca son inclinadas y Ricardo nos llevó hasta el final de la plantación, a lo más bajo. Resbalamos varias veces. La jornada pasó volando. Marcada por las explicaciones de Ricardo bajo los cafetos, recogiendo los frutos de los árboles que pueblan el bosque. Naranjas, plátanos, limones, nueces de macadamia, mandarinas. Al final del paseo, íbamos a preparar un café en el patio de secado, que estaba vacío en ese momento y nos permitía admirar el paisaje.
La noche caía y nos envolvía rápidamente de frescura. Era el momento de reunirnos todos, cenar juntos y compartir un buen rato. Nicho había traído su violín, un Stradivarius. Había aprendido a tocarlo de forma autodidacta. Así que pasamos la noche tocando música y comiendo. Nos sentíamos en familia, entre personas que buscaban compartir y pasar un momento agradable. Al día siguiente llegó Ligia Báez. La conoceríamos en su casa.
Ligia es una mujer muy generosa. No solo por su hospitalidad. También porque le encanta pasar tiempo con la gente. Ese fue nuestro caso. Nos había dedicado su tiempo en la feria de Caracas. Luego nos abrió sus puertas y aquí está de nuevo con nosotros. Se permite dar de su tiempo y también se interesa por los demás. Quería saber todo lo que habíamos hecho desde nuestra llegada. Nos dio muchas ideas nuevas de lo que podíamos hacer en la finca y también en los alrededores. Pero prefería que nos quedáramos con ella para que nos hiciera su propio recorrido por la finca. Sin embargo, insistimos en que descansara. Su viaje había sido largo y su sueño no muy bueno. Sentimos que teníamos que permitirle priorizar su bienestar. Es una mujer muy altruista. Se fue a echar una siesta, justo el tiempo que tardaríamos en ir a la montaña de enfrente y volver. Ligia nos decía que la vista de la finca desde la montaña de enfrente era magnífica. Era una oportunidad para tomar buenas fotos y para recorrer los alrededores.
Por la tarde, llegaron los otros productores: Francisco, Juan y Roney. Venían a reunirse en la finca de Ligia. Teníamos que partir y esos momentos compartidos fueron los últimos. Recorrer la finca en compañía de los productores que habíamos conocido fue el momento culminante de la estadía. Lo que nos había motivado a llegar hasta allí y, finalmente, vivir lo que veníamos buscando en este país: descubrir una finca, pero más allá de eso, hacer comunidad con los caficultores. Todavía no lo sabíamos, pero podíamos intuirlo un poco; volveríamos a Boconó.